Por: Pedro Rodríguez Bermejo
Historia de una obsesión
“LA VIRGEN ROJA” êêê
DIRECTORA: Paula Ortiz.
INTÉRPRETES: Najwa Nimri, Alba Planas, Aixa Villagrán, Patrick Criado
GÉNERO: Drama / DURACIÓN: 114 minutos / PAÍS: España / AÑO: 2024
Cuando allá por 1977 el gran Fernando Fernán Gómez estrenó Mi hija Hildegart, yo ya había leído todo lo que encontré sobre la trágica historia de Hildegart Rodríguez Carballeira y su madre, la obsesiva y castrante Aurora Rodríguez Carballeira. De hecho, estaba disponible el libro “Aurora de sangre” del escritor anarquista proscrito por la dictadura franquista Eduardo de Guzmán, en el que se basa la cinta.
Hagamos en escueto resumen histórico: Nacida en 1879 en Ferrol, la activista por las libertades de la mujer y defensora de la eugenesia Aurora Rodríguez Carballeira decidió poner en práctica un experimento científico que según sus deseos debía representar a la mujer del futuro, y en donde las emociones quedan fuera. Así, Aurora se queda embarazada y para ello elige a un progenitor biológico sano que resultó ser un cura castrense que nunca reclamaría a la criatura. El fruto de aquella relación sería Hildegart, nacida en Madrid en 1914, sobre la que Aurora proyectó la estricta mecánica de un programa hecho a medida que convertiría a Hildegart en una eminencia que se hizo famosa por ser la abogada más joven de España con 16 años.
Escribió 16 libros y más de 150 artículos, militó en el PSOE, formación que, desencantada de su política, abandonó para militar en el Partido Republicano Democrático Federal y criticó el marxismo que antes había abrazado. La noche del 9 de junio de 1933, su madre, recelosa y con miedo a perder el preciado objeto de su creación le disparó tres tiros en la cabeza y uno en el corazón, matándola en el acto. Tenía 18 años y había comenzado las carreras de Filosofía y Letras y Medicina. En la película que nos ocupa el motivo que se plantea como causa del asesinato fue su relación con el militante socialista Abel Velilla, aunque lo cierto es que las disputas entre madre e hija eran continuas y Hildegart había intentado separarse de ella varias veces, pero su madre respondía con amenazas de suicidio. Finalmente, cuando Aurora vio que su hija se separaba de su proyecto, decidió destruirla. Como el escultor que, tras detectar una ínfima imperfección en su obra, la destruye.
La directora Paula Ortíz nos ofrece una nueva adaptación de este hecho real con Najwa Nimri dando oxígeno a Aurora, la mujer que tiene como misión convertir a su hija Hildegart, encarnada por Alba Planas, en la mujer del futuro, una intelectual brillante y un referente de la sexualidad femenina. Pero a los 18 años Hildegart comienza a disfrutar de la vida y conoce al activista Abel Velilla (Patrick Criado), que la ayuda a explorar un nuevo mundo emocional y así alejarla del férreo control de su madre. Aurora, que teme que su hija se distancie de ella, hará todo lo posible por destruir la relación. Una noche de verano de 1933 las dos mujeres se enfrentan dramáticamente poniendo fin al Proyecto Hildegart.
La virgen roja es una de las películas más interesantes del año tanto en el apartado técnico (gran labor de ambientación, vestuario, fotografía), como en el interpretativo, con un apasionante duelo entre Najwa Nimri dando vida a una Aurora de carácter seco, tenaz e inflexible y Alba Planas metida en la piel de una Hildegart subyugada y siempre envuelta en una atmósfera asfixiante. La virgen roja requiere que el espectador se sitúe en el contexto histórico: el cambio de régimen de la dictadura de Primo de Rivera al comienzo de la Segunda República en un principio ilusionante, esperanzadora, siempre caótica y finalmente desastrosa. Un periodo rebosante de enfrentamientos, asesinatos, quema de conventos, reivindicaciones utópicas y en donde cada cual hacía la guerra por su cuenta. El sustrato perfecto para que emerja una mujer paranoica y de ideas excéntricas como Aurora, el recipiente que guarda en sus entrañas el germen de la mujer que liderará a las mujeres del futuro, una experta en sexualidad femenina y revolución social, transgrediendo el papel (invisible) que la mujer tenía asignado hasta entonces en una sociedad dominada por los hombres.
La empresa a la que dedica su vida Aurora requiere de una gran dedicación, un desafío descomunal de preparación y entrega rigurosa. Y es que a esa mujer prócer del futuro le falta la posibilidad humana para actuar por voluntad propia, lo más importante para un ser humano: la libertad. Hildegart va creciendo y se enamora de un idealista que le pide que se una al partido socialista. Pero Aurora ve en él el peligro que puede desintegrar su proyecto, y boicotea la relación convirtiéndose así en lo que más dice odiar: una fascista. En La virgen roja encontramos también una alerta sobre la toxicidad de las ideologías cuando asaltan el poder y cómo las revoluciones sólo sirven para cambiar una casta por otra. Paula Ortiz logra generar tensión y un suspense con cierto tono gótico, y es en los ojos de hielo de la hierática Aurora, enferma de celos y aterrada por la pérdida del control de su hija, donde queda reflejado el fanatismo de toda instrumentación ideológica.
Barcelona, ciudad abierta
“EL 47” êêêê
DIRECTOR: Marcel Barrena.
INTÉRPRETES: Eduard Fernández, Clara Segura, Zoe Bonafonte, Salva Reina, Vicente Romero,
GÉNERO: Drama social / DURACIÓN: 110 minutos / PAÍS: España / AÑO: 2024
Manuel Vital, nacido en 1924 en Valencia de Alcántara (Cáceres), una localidad, por cierto, con una superficie territorial enorme de casi 600 km2, fue uno de aquellos emigrantes que huyeron de su tierra para evitar la represalia de los vencedores de la Guerra Civil y labrarse un futuro lejos del penoso contexto de supervivencia que su patria chica les ofrecía. A saber, trabajo escaso y condiciones laborales lamentables con salarios míseros. Unos emprendieron camino hacia Barcelona, otros hacia Madrid y otros al País Vasco, que eran las zonas industrializadas donde más mano de obra se necesitaba. El padre de Manolo Vital, Diego Vital, secretario del ayuntamiento de su pueblo, fue ejecutado por falangistas junto al alcalde y otros vecinos y enterrados con cal en una fosa de Mina Terría. Manolo llegó a Barcelona en 1947 y en 1951 se asentó en Torre Baró, una barriada de chabolas que construyeron con sus propias manos pertenecientes al distrito de Nou Barris.
La película El 47, dirigida por el barcelonés Marcel Barrena, nos cuenta la historia de una rebelión vecinal que en 1978 transformó la fisonomía urbana de Barcelona cambiando la imagen de sus suburbios para siempre. Manolo Vital (Eduard Fernández), era conductor de un autobús de la línea 47 que un día secuestra para desmontar la mentira del ayuntamiento que afirmaba que los autobuses no podrían subir las cuestas del barrio de Torre Baró con calles sin asfaltar. Un acto de disidencia revolucionario que sirvió como catalizador para el cambio de aquellas personas que se enorgullecían de sus raíces, de la lucha vecinal y de la clase trabajadora que ayudó a crear la Barcelona moderna que miraba a Europa en los años 70.
Escrito está. En las décadas de los 50 y 60 del pasado siglo se produjo en España una gran diáspora interior (alrededor de 3 millones de personas), desde las zonas rurales hacia las capitales más industrializadas. Pocas veces el cine español ha contado de forma austera este fenómeno, el sufrimiento de aquellos emigrantes del desarrollismo que partieron de sus tierras deprimidas con el alma rota en la búsqueda de prosperidad, narrando sus problemas de adaptación, el trabajo duro y las desdichadas condiciones que tuvieron que soportar en sus nuevos asentamientos, poblados de barracas insalubres donde vivián hacinados en circunstancias infrahumanas. Entre las mejores cabe citar Surcos (1951), la obra maestra de José Antonio Nieves Conde, y La piel quemada (1967), magnífica película de Josep María Forn. Sin embargo, El 47 nos habla de una expresión que ha ido perdiendo fuerza con el tiempo, la colectividad, pues el individualismo egoísta e insolidario finalmente se ha impuesto dejando al ciudadano sin apenas muletas sociales en las que apoyarse.
El extremeño Manolo Vital, al que da oxígeno un superlativo Eduard Fernández, cumplió su empeño de llevar el autobús que conducía, el 47, hasta su barriada situada en el extrarradio barcelonés. No fue una hazaña personal, detrás tenía el apoyo de su partido, su sindicato y, sobre todo, de la agrupación vecinal de Torre Baró. Todo ello después de que las autoridades le dieran la espalda en sus reivindicaciones y le insistieran en que por aquel empinado camino de cabras era imposible que transitara el autobús. Recibido como un héroe en su barrio, fue detenido y juzgado, pero la presión ciudadana consiguió que le absolvieran y cambió para siempre la imagen de aquellas denigrantes zonas periféricas.
Vital, que con 13 años vio como fusilaban a su padre en 1936, albergaba una nostalgia corrosiva y nunca olvidó la tierra que le dio la luz y le vio crecer, pero para afianzar el agradecimiento a la tierra que le acogió y por amor a su mujer, aprendió a farfullar el catalán, demostrando así un sentimiento de pertenencia que destila verdad. Desde la formación del barrio a finales de los 50 hasta los 70 con la lucha vecinal, todo destila autenticidad. El 47 narra, con cierto tono neorrealista, un episodio más de las muchas conquistas sociales, porque todos aquellos emigrantes que llegaron a Barcelona de todas las regiones de España para labrarse una vida digna y un futuro mejor, también crearon una ciudad nueva, vanguardista, la ciudad que luce hoy.
Sin comentario