José Manuel Villafaina Muñoz : , 67 Festival de Teatro Clásico de Mérida
el 3/10/2021 23:20:00 (43 Lecturas)
«HIPATIA DE ALEJANDRÍA», ODA CONTRA LA IGNORANCIA Y LOS FANATISMOS
«HIPATIA DE ALEJANDRÍA», UNA TRAGEDIA DE NUEVA CREACIÓN DEL PACENSE MIGUEL MURILLO SOBRE LA VIDA DE ESTE PERSONAJE HISTÓRICO, QUE RESPLANDECIÓ EN EL FESTIVAL COMO UNA ODA CONTRA LA IGNORANCIA Y LOS FANATISMOS DE LA OSCURA ÉPOCA ROMANA DEL SIGLO IV (QUE TIENE MUCHOS NEXOS CON NUESTRA REALIDAD CONTEMPORÁNEA). EL ESPECTÁCULO FUE PRODUCIDO POR LA COMPAÑÍA CACEREÑA AMARILLO PRODUCCIONES (DE GEMA GONZÁLEZ), BAJO LA DIRECCIÓN DE PEDRO ANTONIO PENCO
Sobre la memoria de Hipatia se ha escrito mucho, desde que apareció en los antiguos textos de sus discípulos Sinesio de Cirene y Hesiquio de Alejandría. Su historia se desarrolla -a partir de 391d.C.- durante el Bajo Imperio Romano, crisol de las antiguas culturas egipcia, griega y romana. La vida y enseñanza de Hipatia se mueve junto a su padre -el matemático Teón- en un doble plano: el de su pasión por la ciencia con descubrimientos en la astronomía y el de la filosofía esforzándose por conciliar los dogmas cristianos de su época y la erudición neoplatónica que profesa. Una vida que trascurre en la Alejandría de tiempos de violencia cruzada entre facciones religiosas y los distintos estamentos de poder -el patriarcado alejandrino y el poder imperial- que dan lugar al asesinato de Hepatia, acusada de bruja y hechicera, por la acción de cristianos fanáticos del populacho.
La versión de Murillo, inspirada en el libro de la polaca María C. Dzielska, logra desde el preámbulo hacer brillar la memoria del personaje y su sabiduría abrazada al pensamiento y la concordia («Que todos los seres humanos, sigan al dios que sigan, están ungidos por el mismo anhelo, la búsqueda de la verdad»). Pero son las escenas siguientes las que conforman un conocimiento sólido que deja entrever una probada lección: Basta con que se alíen la ignorancia y el dogmatismo fanático para que puedan arruinar el conocimiento. Murillo consigue un enfoque histórico bastante verosímil en todas las situaciones -donde hay personajes históricos y recreados- con un lenguaje culto, profundo y altamente poético. Si bien, puede ser discutible una licencia en el epílogo, en donde Sinesio de Cirene visita Alejandría para recordar a su maestra ya fallecida, cuando los historiadores fijan que Hipatia murió en 415 d.C. y Sinesio en 414 d. C.
En la puesta en escena, Pedro A. Penco maneja bien todos los elementos artísticos dentro de una atmósfera de lo solemne: la precisión de una escenografía de plataformas elípticas y circulares que se funden (Diego Ramos), la magnífica iluminación -miscelánea de luces y sombras- que juega su papel fundamental en la creación de sugerentes espacios (Jorge Rubio, Fran Cordero), la apropiada música que recrea texturas sonoras de tragedia (Mariano Lozano), un vestuario clásico visualmente fascinante (Rafael Garrigós) y una dirección actoral efectiva, bien aprovechada en las acciones. Penco logra un espectáculo que roza lo excelso. Ya que en algunas escenas ha faltado cierta depuración gradual, tal vez por falta de ensayos (que solo pudieron hacerse en un mes por problemas de organización del Festival). Y también por no disponer de un mayor presupuesto para haber logrado la espectacularidad apuntada en el texto. Aun así hay que quitarse el sombrero.
En la interpretación, Penco ha contado con un elenco solvente de veteranos que conocen el espacio romano. Son ellos: José Antonio Lucia (Amonio), Alberto Iglesias (Teón), Rafa Núñez (Cirilo), Juan Carlos Castillejo (Olimpio), Guillermo Serrano (Sinesio), Pepa Pedroche (Zaira), Gema González (Mujer judía). Todos se han ajustado a las exigencias de sus respectivos roles con la riqueza expresiva necesaria. Y de debutantes protagonistas: Paula Iwasaki (Hipatía) y Daniel Holguín (Orestes). La primera puso toda su sensibilidad y calidad de actriz con prestancia, voz, desgarro y dominio de la naturalidad. El segundo, mostró su personaje con seguridad y sobriedad en movimientos y declamación. Pero en esta ocasión voy a destacar a Francis Lucas (Loco de Cirene) en su pintoresco/poético personaje que mendiga por el ágora, logrado con insuperable exhibición de sus recursos dramáticos. Y al coro de cinco actores que se mueven llenos de lirismo expresivo de tragedia, coreografiado por Cristina D. Silveira, que muestra su madurez progresiva en el terreno teatro-danza.
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