Por: José Antonio Gutiérrez Gallego *

 

El pasado viernes, 28 de marzo, en la Casa de la Cultura de Don Benito se celebró la conferencia “La Batalla de Medellín”, a cargo del doctor en Historia Juan Ángel Ruiz Rodríguez. Esta cita, gracias a las magníficas dotes didácticas del ponente y su amplio conocimiento histórico, permitió profundizar en uno de los episodios más relevantes y desconocidos de nuestro pasado.

La Batalla de Medellín, acaecida el 28 de marzo de 1809, emerge como un trágico y decisivo episodio en la Guerra de la Independencia Española. Este acto bélico enfrentó al ejército español liderado por el general Gregorio García de la Cuesta y a las fuerzas napoleónicas bajo el mando del mariscal Claude Victor Perrin. La contienda se caracterizó por la superioridad táctica de las tropas francesas, así como por la desorganización y el escaso adiestramiento de gran parte del ejército español. El resultado fue una debacle para las tropas locales, con estimaciones que cifran en torno a los 10.000 hombres las bajas españolas, incluyendo un elevado número de civiles armados que se unieron a la defensa.

La derrota en Medellín significó un duro golpe moral y estratégico para la resistencia española en Extremadura, facilitando el avance francés en la región. Sin embargo, la ferocidad de la lucha y la elevada cifra de bajas evidencian la determinación de la población española por defender su territorio ante la ocupación napoleónica, convirtiendo esta batalla en un símbolo de la resistencia, aunque teñido de una profunda tragedia.

Antes de continuar, es de justicia rendir homenaje a los historiadores que, con la tenacidad de un detective y la pasión de un descubridor de tesoros, rescatan del olvido episodios bélicos y sociales que yacían en la oscuridad de los archivos y la desmemoria colectiva. Gracias a su labor meticulosa y su compromiso inquebrantable, salen a la luz las voces silenciadas de víctimas y protagonistas anónimos de conflictos bélicos que modelaron nuestro presente. Nos revelan las complejidades de movimientos sociales que transformaron las estructuras de poder, las luchas por la justicia y la dignidad que a menudo son eclipsadas por los grandes relatos.

Recordar las batallas que marcaron a distintos territorios no es un simple ejercicio de nostalgia, sino un acto de conciencia histórica. Conflictos como la Batalla de Medellín en 1809, durante la Guerra de la Independencia española, dejaron cicatrices profundas en la población local, aunque hoy apenas quedan huellas visibles o referencias que rememoren su impacto. La ausencia de memoria en el paisaje físico refleja, en parte, una desconexión con los episodios que forjaron el presente.

Recientemente, he tenido que viajar por motivos laborales a Arras (Francia), donde he podido ver una experiencia muy distinta a la del recuerdo de la batalla de Medellín, la batalla de Arras que me ha llevado a escribir este artículo. En contraste, la Batalla de Arras en 1917, y particularmente la toma de la cresta de Vimy por las tropas canadienses, está marcada por un majestuoso monumento en el norte de Francia. Este sitio no solo honra a los más de 18.000 canadienses caídos, sino que simboliza el nacimiento del sentimiento nacional canadiense. Allí, la piedra y el silencio hablan de sacrificio y pertenencia.

Estas diferencias nos invitan a reflexionar sobre cómo conmemoramos -o ignoramos- nuestro pasado. Las batallas no deben celebrarse por su violencia, sino por lo que nos enseñan: el valor de la paz, la necesidad del recuerdo y la importancia de reconocer el dolor compartido que, aunque a veces invisible, sigue formando parte de la identidad de los pueblos.

La Batalla de Arras, librada entre el 9 de abril y el 16 de mayo de 1917 en el norte de Francia, fue una de las ofensivas aliadas más significativas del Frente Occidental durante la Primera Guerra Mundial. Concebida como parte de una estrategia coordinada con la ofensiva francesa del Chemin des Dames, su objetivo era romper las líneas alemanas, desestabilizar su defensa y aliviar la presión sobre el frente francés. Entre los episodios más memorables de esta ofensiva destaca la captura de la cresta de Vimy por parte del Cuerpo Canadiense, un logro militar que ha sido considerado como el nacimiento simbólico de la nación canadiense.

La victoria fue estratégica, pero costosa: los canadienses sufrieron aproximadamente 18.000 bajas, incluyendo muertos y heridos, en apenas cuatro días de intensos combates (del 9 al 12 de abril de 1917). La magnitud de la pérdida marcó profundamente a Canadá. En una época en que su población era de poco más de 8 millones, perder a tantos hombres en una sola operación representó un impacto humano, social y emocional devastador.

A pesar de las victorias tácticas, la Batalla de Arras no logró un avance decisivo. El terreno ganado fue limitado y los costos humanos altísimos. Como en muchas ofensivas de la Gran Guerra, la brutalidad de la guerra de trincheras y la rigidez de las defensas alemanas impidieron que los Aliados transformaran sus éxitos iniciales en una ruptura estratégica del frente.

Hoy, la cresta de Vimy es el sitio del majestuoso Monumento Nacional Canadiense, un homenaje a los más de 60.000 canadienses que murieron en la Primera Guerra Mundial, y en especial, a los 18.000 que ofrecieron sus vidas durante la Batalla de Arras, en una lucha que definió el carácter de una nación naciente. Tomando como ejemplo el majestuoso monumento de la cresta de Vimy, tal vez sería conveniente erigir alguna estructura conmemorativa que deje constancia de lo acaecido el 28 de marzo de 1809 en el corazón de las Vegas Altas del Guadiana.

José Antonio Gutiérrez es Subdirector del Instituto Universitario de Investigación:
INTERRA (Desarrollo Territorial Sostenible)

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