Gregorio Gil Ruedas : LAS PEQUEÑAS COSAS, LA MENTIRA COMO VALOR
el 17/12/2020 10:25:36 (850 Lecturas)
Nos enseñaron a respetar la palabra dada y desde pequeños teníamos a los mentirosos como gente a desconfiar. La palabra compromete de ahí su valor, pues de un hombre -de una persona por generalizar- fiel a su palabra todos confían que llevará a cabo aquello que libremente expuso
La palabra dada debe ser un documento que al que lo emite le señala el camino que ha de seguir y al que lo recibe -persona, grupo o sociedad- le sirve de referencia para exigir y valorar su cumplimiento.
Ya en la Grecia clásica los valores morales estaban considerados como el fundamento de una sociedad justa y base de la acción política de sus gobernantes, y ganarse reputación de ser un hombre de palabra equivalía a ser una persona honesta con su propio pensamiento tanto para con él como para con los demás.
Si hasta ahora en nuestra cotidiana vida esta virtud ha sido alabada como adorno y cualidad de alguien -tildado de cabal-, más valor aún hemos de dar cuando la palabra ha servido para vender unas ideas, unas promesas, unos compromisos sobre futuras actuaciones sirviéndose de la falsedad para ocupar puestos de relevancia en la vida pública o privada.
Hoy, en este mundo voraz de valores cambiantes donde lo que parecía inmutable ha perdido su solidez, donde se destacan como virtudes simples nimiedades, cuando no vulgaridades, encontrarse con una persona que se respeta a sí mismo cumpliendo con su propia palabra es todo un tesoro.
La confianza necesaria para liderar un proyecto hacia una sociedad más justa, más solidaria y donde la libertad sea bandera que ampare el libre pensamiento no puede venir de alguien que irradia incertidumbre, cuando no la seguridad de que volverá a engañarnos. Y mal está engañar al contrario, pero mentir a los tuyos, a tus propios conmilitones resulta imperdonable. Se puede engañar a todos una vez, o a varios muchas veces, pero solo el ciego sectarismo puede lograr que se engañe a los mismos en muchas ocasiones.
Se trata, pues, de no acostumbrarse, de no quitarle importancia al asunto y crear una tensión ética en la sociedad que desde su madurez exija conocer la verdad. Porque la primera vez te indignas, con la segunda el cabreo parece menor, la tercera vez lo ves hasta normal y a partir de entonces banalizas el tema considerando que otra cosa no puedes esperar de un mentiroso patológico que te lleva finalmente tomarlo a chanza o a risa.
Recordad lo tantas veces escrito:
“El valor de un hombre se mide por lo que vale su palabra”.
“Tus palabras dicen lo que pretendes ser y tus acciones lo que realmente eres”.
“No hay espejo que mejor refleje la imagen de un hombre que sus palabras”
Y es que no podemos perdonar, ni debemos justificar con vanos argumentos la falsedad de quienes nos consideran manada de bobos. Ellos mismos se convierten por propia voluntad en indignos merecedores de la sana confianza de quienes les secundan.
No socialicemos la mentira. No pensemos que es lo habitual, lo normal, que no tiene importancia y que hay que tomarlo a chirigota. No, para las risas está el carnaval de Cádiz o Badajoz, que con fina y humorística sátira desnudan comportamientos tan poco saludables.
Repito, no socialicemos la mentira.
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