Tomás Chiscano : COMO SI FUERA UN ARTÍCULO, LAS VALORACIONES (II)

el 23/8/2011 11:25:21 (34 Lecturas)

Les decía en mi artículo de la última semana que iba a tratar temas más agradables, porque también me había encontrado con papeles de un contenido mucho más placentero y más importante. Verán ustedes. Hay una cosa que a un servidor le conmueve y le aprieta. Se trata de esos papeles que se refieren a personas ya desaparecidas, pero que tuvieron una importancia y una relevancia esencial en su momento, aunque, como suele suceder, no se les dio la consideración debida, como consecuencia de esa serie de circunstancias que regulan e imponen los criterios

 

Esas circunstancias son, la mayoría de las veces, consecuencia de mentes chiquirrininas, de cabezas vacías de contenidos saludables y de personajes o personajillos que sólo entienden lo que les dicen que entiendan, pero que carecen de la mínima cultura y predisposición para comportarse adecuadamente.

Decía que hay cosas que a un servidor le conmueven y le aprietan. Esto ocurre cuando nuestra sociedad, nuestro paisanaje, por las circunstancias que sean, olvidan la importancia que tienen otros ciudadanos, paisanos, y se les condena al ostracismo, al vacío, al boicot, al confinamiento, quedándolos completamente aislados. Y todo ello, como consecuencia del desconocimiento y de la envidia, cuando no de la mala intención, demostrando, una vez más, su falta de categoría y de formación, porque cuando una persona es distinguida y valorada fuera de su pueblo, porque sus actuaciones así lo han requerido, nunca estará en el olvido. Y mucho menos si sus actuaciones han tenido que ver con el elemento literario, como base a un trabajo que siempre echará raíces, pues mientras haya una persona, solamente una, que lea lo que alguien ha escrito, nunca será olvidado.

Vayamos con los papeles encontrados. Resulta que rebuscando, rebuscando, se me presenta un cuaderno, perfectamente impreso y organizado, donde se expone un HIMNO DE EXTREMADURA, cuyos autores fueron dos villanovenses que siempre lucharon por su pueblo y por su región. Me estoy refiriendo a Don Vicente Bornay y a Don Alfonso Barcos, autores, respectivamente, de la música y letra del mencionado himno. Pero no voy a hablar de esos extraordinarios personajes en este artículo; me he quedado sin espacio. Seguiremos la próxima semana, ya que requieren más tiempo y más dedicación. Y en su lugar, voy a transcribir una de mis primeras narraciones cortas, que me han salido en el papeleo. Dicha narración cuenta un hecho que me ocurrió cuando tenía once o doce años: ver la película Gilda. Fue tan grande el impacto que me produjo que, unos cuantos años después, escribí el siguiente texto. Pido disculpas, pero para mí supuso muchísimo. Ahí va.

 

GILDA

 

«Tendría once o doce años. Su padre era dueño del ambigú del cine de verano, por lo que él iba al cine todas las noches, siendo muy envidiado por sus amigos, que sólo iban algunos domingos, a las infantiles. Aquella noche estaba el cine lleno; ponían GILDA, una película que, según los enterados, tenía una protagonista muy guapa: Rita Hayworth. Era sábado. Hacía calor. Veía cómo sudaban las caras de los hombres que tenía al lado, cuando la protagonista cantaba eso de «Put the Blame…», mientras se movía de forma adorable, tirando los guantes y pendientes al público, al mismo tiempo que iba derramando la posibilidad de que pudieran ocurrir más cosas, como la de poder ver, de cerca, sus piernas desnudas y sus labios cremosos. Entonces vino la famosa y triste bofetada.

Al día siguiente, domingo, en misa, el párroco dijo que el pueblo se había contaminado, pues estaban poniendo una película guarra, obscena y peligrosa, y que todos los que la habían visto tenían la necesidad de confesarse, ya que corrían el riesgo de ir al infierno. ¿Por qué sabía el párroco lo que pasaba en la película? ¿La había visto? ¿Se había confesado? ¿Por qué no decía nada de la bofetada?

Nuestro personaje, desde aquel día, empezó a hacerse mayor. Se enteró de que el CINE era una de las verdades de la vida y que, para confesarse, sólo necesitaba mirarse fijamente a los ojos, a través de un espejo. Aquella noche durmió de un tirón».

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